#Opinión Apocrifología del combate a la delincuencia
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.
Durante más de tres décadas la criminalidad ha permeado estrepitosamente todas las estructuras sociales, políticas, económicas y hasta religiosas de nuestro país. Sin piedad, ha hecho que las instituciones encargadas del orden, ‘no encuentren’ la solución para la contención de esa vorágine destructora que ha dejado millones de personas gravemente heridas y asesinadas de una forma perturbadoramente diabólica; pérdidas materiales y pecuniarias de incuantificable talante; una sociedad temerosa que no confía en nada ni en nadie, mucho menos en los deshilachados liderazgos públicos en México. Se han gastado miles de litros de tinta para entender y explicar, el trillado fenómeno criminal tan latente en cada metro cuadrado de esta demolida nación en la que, sin fatalismo analítico ¡Todo sigue empeorando! Los datos oficiales y los no gubernamentales no mienten, cada día se eleva el número de ejecutados, de feminicidios, de feroces violaciones, de secuestros, de robos violentos; de las cifras del narcotráfico y de menores de edad atrapados en sus redes, así como de otros delitos de alto impacto. Simplemente el estado de Chihuahua se encuentra dentro de las cinco entidades más violentas del país, con 49 personas asesinadas por cada 100´000 habitantes. Siendo el homicidio la principal causa de muerte entre personas de los 15 a 44 años de edad y la cuarta entre menores de 5 a 14 años ejecutados. ¡Éste es un dato muy aparatoso, pero real![1]
El calificativo apócrifo hace alusión a todo aquello que es falso o inexistente; fingido o supuesto y que obviamente, se materializa en objetos, obras literarias, tradiciones, circunstancias o acciones carentes de comprobación o veracidad. Pues en ese argumento definitorio, la Apocrifología del Combate a la Delincuencia es la serie de políticas criminales, estrategias, leyes, protocolos, impartición de justicia y participación de la sociedad, que son intrínsecamente falsas o simuladas en sus acciones contundentes y eficaces contra la delincuencia común u organizada.
No es preciso ser un erudito en rubros políticos o criminológicos, para darse cuenta de la visible opacidad sistémica que prevalece en la falta de voluntad individual y luego la colectiva, para querer desterrar la violencia y la delincuencia en su vasto abanico de posibilidades. ¿Falta de voluntad? ¡Sí! ¡Ahí está el meollo del asunto! En la falta real de decisión política, persecutoria, legislativa, de impartición de justicia y la principal: de voluntad ciudadana.
Todo ese podrido coctel de impunidad, simulación y permisibilidad excesiva, proveniente de un quimérico sistema socio-político del que todas y todos formamos parte, ha construido un país arrodillado con un indeseable olor a drogas, pólvora y sangre; con una macabra indigencia de justicia, orden y paz, ante una muy bien orquestada delincuencia que no cede, no cederá, ni perdonará jamás.
Esa burda promiscuidad de acciones u omisiones falaces, incuban erráticamente lo que de manera peyorativa denominamos Cloaca Social, como una parábola patológica de carcinoma que, analógicamente hablando, se ha convertido en una especie de metástasis social donde la mayoría de los miembros de un colectivo, forman parte directa o indirecta en actividades antisociales o ilícitas o de permitir las mismas, sin coadyuvar proactivamente en sus soluciones y culpando al gobierno o a los demás de todo lo malo que acontece en la sociedad, cuando ¡La responsabilidad directa y la solución real a esta turbulenta realidad criminógena, se encuentra en la férrea decisión de todas y cada una de las personas que habitamos esta nación!
Que me disculpe la claridad en nuestra reflexión quien así deba de hacerlo, pero las políticas en materia de seguridad pública, no han dado ni los más mínimos resultados a corto, mediano y, a muy largo plazo; los índices criminales cada día son más cruentos e imparables, que sería morboso en estas líneas enumerarlos todos. Que el gobierno anuncie con fanfarrias la captura aislada de algún que otro Capo, o el aseguramiento de cientos kilos de droga o armas de fuego, no es para festejar ¡Es su mínima razón de ser y de estar; no para esperar el estridente, ¡pero vacío aplauso del pueblo!
Pero, además, no sólo se trata de la detención mediática y ocasional de algunos “jefes de plazas” o decenas de narcomenudistas en el país (los que por cierto, pululan por millones), si en pocos meses y bajo el ‘bello’ auspicio de nuestra endeble legislación penal y derecho humanista sobreprotectora, nuevamente regresarán a las calles con más odio e ímpetu burlesco para delinquir, sino con la total extirpación quirúrgica de un problema social en el que -sin rasgarse las vestiduras-, participamos todas y todos sin excepción. Reitero ¡sin excepción! Por eso, no se trata de enviar culpas incisivas al gobierno de todo lo malo que acontece ¡No! Todos somos corresponsables de esta pandemia delictiva, que lleva más de treinta años sin cura alguna.
En eso reside toda esta despreciable
apocrifología a la que hacemos alusión; en una hipócrita sociedad que en su denostado gobierno que ella misma
elige, con su dedo índice severamente le señala, demandándole resultados inmediatos
en contra del crimen, pero con el brazo izquierdo amorosamente protege a sus
hijas e hijos indisciplinados y sin rienda alguna; seres sin oficio ni
beneficio; conformistas autómatas o hasta vulgares delincuentes que exigen
prerrogativas que por derecho y naturaleza, no les corresponden, haciéndose creer
mutua, complaciente, solapada y públicamente, que ¡Todo va bien: ya saldremos de esta!