Sábado, 23 de noviembre del 2024

#Opinión: Religiosidad organizada

(2ª y última parte)
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, Especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.

En la entrega anterior, tratamos algunas generalidades y características de la fuerte afición que los grupos delincuenciales tienen hacia la santería o a la religiosidad popular. Asimismo, iniciamos con el estudio del fervor a los llamados santos apócrifos que cada organización venera y defiende como al bandolero Jesús Malverde o, los creados por ellos mismos como el líder de los Caballeros Templarios en la región centro del país: Nazario Moreno. Dejando así en claro, que no toda la delincuencia organizada, es amante de Malverde o de la Santa Muerte.

Continuando pues con esas particularidades, debemos apuntar que, en esa necesidad de perpetuar la figura ‘heroica y santísima’ de los liderazgos criminales, en algunas comunidades del llamado “Triángulo Dorado” (Sinaloa, Durango y Chihuahua), se ha iniciado una veneración deidificada por Joaquín “El Chapo” Guzmán, erigiéndole en su honor, capillas en brechas, ranchos ordinarios o en los de siembra de enervantes, así como la inspiración de novenas y rezos para pedir la intercesión del famoso capo nacido en la Tuna, Sinaloa en 1957.

En los estados de Durango, Coahuila, Nuevo León y algunas serranías de Sinaloa y Chihuahua, se venera al vidente José Fidencio Constantino Síntora alias “EL Niño Fidencio” (1898-1938). Este personaje nació en Irámuco, Gto, y por sus hechos de sorprendente curanderismo, sus seguidores fundan la iglesia fidencista cristiana, a la que muchos criminales de esas regiones, se han vuelto sus más fieles adeptos.

Ahora bien, el tema de la muerte en la cultura mexicana se ha convertido en una gran festividad y una mercadotecnia sin parar, de la cual también es protagonista el crimen organizado, compensando así las carencias de amor y protección, bajo el amparo de la protección mística-mortuoria, principalmente de las y los jóvenes asesinados. De ahí la re-apropiación del fanatismo a La Santa Muerte.

Sabemos que su culto no es nuevo ya que nace con la pre-hispanidad misma, sin embargo, desde principios del siglo XX su devoción se ha acentuado rápidamente, principalmente por la difusión en los barrios y mercados de Tepito, Morelos y Sonora, todos en la ciudad de México. Su idolatría se ha extendido a los Estados Unidos, Centroamérica, Sudamérica y hasta partes de Europa y África. Su nombre es camuflajeado por el de Santa Niña, Niña Blanca, La Señora, La Jefa, La Madrina, La Comadre, Flor Blanca del Universo, etc., dándosele más poderes virtuales que a la propia Virgen María.

Aunque es la menos fuerte, existe otra corriente de la idiosincrasia espiritual en el cosmos delincuencial, como es la adoración por El Satanismo, conceptuándolo como el conjunto de creencias, rituales, fenómenos o hasta prácticas abyectas relacionados con la figura del demonio, en cualquiera de sus manifestaciones y que pueden traer consecuencias antisociales.

En México tenemos varios casos de delincuentes ligados a esos dogmas sombríos, algunos tristemente célebres como los “Narco-satánicos” Sara Aldrete y Adolfo de Jesús Constanzo, quienes eran los “Padrinos” dentro de ese grupo anómico. En 1989 secuestraron y privaron de la vida al estudiante universitario de Texas, Mark Kilroy, mientras estaba de vacaciones en México. De la misma forma, mataron a muchas personas más en rituales satánicos con alto contenido violento y en donde practicaban en ellas canibalismo o también llamada antropofagia criminal, la cual es una conducta psicótica de destrucción y desaparición total del ser humano, comiéndose partes u órganos esenciales del cuerpo de la víctima, como acto de dominación; de pertenencia o deseo que la víctima ‘siga viviendo’ para siempre dentro del sujeto activo. Constanzo fue asesinado por la policía cuando intentaba huir en 1989, y Sara Aldrete sigue en prisión en Santa Marta Acatitla, cumpliendo una condena de 62 años.

Finalmente podemos concluir que, en base a muy serias investigaciones de campo -obviamente con datos no gubernamentales-, el 85% de las personas que pertenecen a la delincuencia organizada, son fuertes devotas a alguna de las figuras religiosas, ya sean del catálogo de santos oficiales como San Judas Tadeo, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen de Guadalupe, etc. O bien, de la santería apócrifa que ya hemos analizado. Como dato sumamente destacable, es de mencionarse que, de ese porcentaje de fervor religioso, tres cuartas partes corresponde a los hombres y el resto a las mujeres.

Ante tanto espiritualismo encriptado en laberintos mentales delirantes, ¡Es inconcebible la grotesca paradoja de querer santificar la violencia, criminalizando la verdadera fe de una gran parte de un pueblo dolido y por otro lado, olvidando que los cuerpos inertes de millones de personas asesinadas se han convertido en un horripilante y sanguinolento lienzo, que retrata fielmente la inmundicia y mediocridad de esa misma sociedad, que burlescamente ha permitido desde sus entrañas, el Señorío de una maldad que no conoce límites; que destruye todo a su paso multiplicando su sed y vorágine de odio, contra lo más sublime que brinda la naturaleza humana: ¡LA VIDA!

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