#Opinión Egocracia Mexicana
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.
En algunos foros sobre temas axiológicos en los que hemos tenido el privilegio de participar, definimos al EGO como un estado mental que puede convertirse en patológico, donde la persona tiene su autoestima en niveles totalmente excesivos e incontrolables, impidiéndole la correcta, plena y armoniosa convivencia con los demás.
Esa sintomatología tiene a su vez, un vínculo muy estrecho con el recién llamado Síndrome de Übermensch, el cual también lo puntualizamos como una patología mental que pudiese convertirse en permanente, donde el enfermo cree que es una persona altamente capaz de generar su propio sistema de valores, identificando como bueno y único todo lo que proceda de su genuina voluntad de poder, considerándose asimismo como una persona sumamente astuta, ideal e inteligente para cualquier tipo de acción, lícita o ilícita.
Pues ese binomio conceptual, nos da la pauta para dimensionar -desde otro prisma de su criminodinamia- a la gran desgracia del sistema político mexicano: SU EGOCRACIA. ¡Sí!, el poder de una nación dominada por un ego desbordado de sus políticos y otros factores de poder público.
Una auto glorificación temporal -y en algunos casos sempiterna- de la mayoría de la clase gobernante y demás poseedores de autoridad casi ‘soberana’ en sus tres poderes y niveles de gobierno, que los enajena y los retrotrae de esta sociedad que implora a gritos justicia, igualdad y respeto a sus derechos humanos. Por esa excelsitud sobrepasada que los obsesiona para nunca perder nunca su status económico y social, es que nuestro México está realmente viviendo un cisma de inseguridad social. Esa ofuscación personal (que luego se convierte en grupal), que no permite que las cosas buenas sucedan, es la que tiene al país flanqueado ante un crimen que ventajosamente avanza, aprovechando obviamente, la complacencia de esa estúpida soberbia concéntrica en la que viven muchos de los que tienen en sus manos, el poder de combatir de manera frontal esa sarcástica delincuencia y que simplemente la permiten o la dejan pasar, pregonando a los cuatro vientos con una gran elocuencia demagógica, que “estamos trabajando en ello, con toda la fuerza del estado y de la ley” ¡Por favor!
Ese claro egocentrismo de la mayoría de los líderes políticos y funcionarios de alto nivel, consecuentemente y como efecto dominó, convierte a muchos de los y las burócratas en “ninis”, porque ni se acaba la delincuencia; ni se transforma el estado, ni hay justicia cabal, ni hay cambios torales; ni se permite avanzar a la sociedad con tantas cargas fiscales o de otra naturaleza, ni dejan de ruñir al de por sí ya anémico erario.
Todo ello impacta no sólo en la franca impunidad total, ya que de 33 millones de delitos cometidos en México, sólo se denuncia el 6.8% y peor aún, la mayoría de éste porcentaje sin sentencia condenatoria firme, sino que además nuestra república ocupa el deshonroso sitio 138 (de 180 países), en el Índice de Percepción de la Corrupción 2018 de Transparencia Internacional.
Pero el día en que el pueblo entendamos en una armónica conciencia social, que la limpieza profunda de esta cloaca social, es una delicada responsabilidad de todos y cada uno de los habitantes de esta gran república; que debemos contribuir desde nuestra trinchera en la instauración de un nuevo pacto social a través del orden, la participación ciudadana; el combate efectivo y no simulado al crimen, así como del respeto a la dignidad humana; que en uso de nuestra soberanía tenemos el total derecho y la plena obligación de exigir cuentas a nuestros representantes gubernamentales, ese día entonces, habrá un seria metamorfosis profunda y radical de respeto, legalidad real y excelentes liderazgos políticos ¡Porque en un país bien gobernado, la criminalidad debería dar vergüenza; la impunidad no conocerse y la corrupción dar pena ajena!