Sábado, 23 de noviembre del 2024

#Opinión: Religiosidad Organizada

(1ª de dos partes)

Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.

En términos llanos, hay Delincuencia Organizada cuando tres o más personas se organicen de hecho para realizar, en forma permanente o reiterada, conductas que por sí o unidas a otras, tienen como fin o resultado cometer uno o varios delitos tipificados en la ley federal aplicable al caso. En esta entrega, nos enfocaremos brevemente de la llamada Religiosidad o Santería del Crimen Organizado.

Una de las características ontológicas de ese mundo delincuencial es el apego a la religiosidad popular, principalmente la católica. Contextualización de fe que, de entrada, pretende ser un fuerte sincretismo entre Dios y la ‘sana justificación’ en los actos delictivos de esas estructuras antisociales, con particularidad, las del narcotráfico.

Diremos pues, que la creación espiritual de la delincuencia reviste cuatro connotaciones psicológicas de gran impacto emocional:

  1. La adhesión en fe, a una creencia superior protectora, que es la única que no les va a fallar y en quien pueden confiar sus más íntimos secretos.
  2. La expiación de sus propias culpas, a través del perdón de Dios; de los santos oficiales como San Judas Tadeo, el Sagrado Corazón de Jesús o bien, la santimonia creada por ellos mismos.
  3. La fuerte necesidad de una entrañable protección familiar o una funcional figura de autoridad, de la que se ha carecido toda la vida.
  4. En contextos de crimen y violencia, el cliché de religiosidad promueve una idea de justicia muy ‘sui generis’ y esperanza a pesar de la maldad de sus actos. En otras palabras, es darle a sus acciones destructivas, un fuerte dejo de bondad a través del supuesto apego a un ser supremo y de las constantes obras altruistas o de caridad, para con las personas más necesitadas o asociaciones civiles.

Es digno de comentarse que dentro de esas cuatro visiones de confort ideológico, existe mucha gente que no participa en ese mundo criminal, pero que le resulta más cómodo encomendarse a uno de estos santos apócrifos que -desde su ‘gloria eterna’ y sin mayor problema-, apoyan desde su ‘paraíso’ toda anarquía o acto antisocial, en vez de confiar en otras estructuras establecidas de espiritualidad, como el cumplimiento de obligaciones devotas que mandata cualquier religión y más en estos tiempos, donde la autoridad moral eclesiástica casi se encuentra extinta. Por eso, el narcotráfico y el sicariato, son el fruto amargo de una sociedad ya normalizada en el crimen, convalidándolo desde sus entrañas, cuyas élites de poder se ocuparon de lo político, lo económico y la corrupción integral, dejando lo social, lo familiar y la religión en manos de la caridad.

Actualmente la violencia social, es tan excesiva que ha superado el instinto de auto-preservación de las personas adolescentes y jóvenes, que ya están programadas de que morirán a temprana edad y como parte de ese ejército desechable del crimen organizado: una realidad virtual o de ficción, que finalmente ya no lo es tanto. Pues en éste paradójico clima entre lo bueno y lo justificadamente malo, da inicio a un supuesto acercamiento a Dios en contraparte con la muerte, que ya es parte de la piel de una sociedad que vive en una doble moralina. En la película colombiana No Futuro, “El Alacrán” reflexionaba: “¿Será vida ver la muerte tan de cerca o será muerte vivir tanto?

Existen incontables expresiones literarias, musicales, visuales y rituales de esa religiosidad organizada, como las narconovelas, la música alterada, las películas y series televisivas, donde se labra el fenómeno de la santería no oficial, como el cada vez más arraigado culto a la Santa Muerte, a Jesús Malverde, a Nazario Moreno, a Satanás y hasta al propio “Chapo” Guzmán. Devociones espirituales torcidas, que han evolucionado de manera impresionante, dando pie a nuevas prácticas transgresivas, así como a la posesión de lugares y elementos católicos, como panteones, capillas, expiatorios, escapularios, etc.

Otros grupos criminales, prefieren una figura femenina como la Virgen que, en sus turbios negocios, maternalmente les ama, les comprende y finalmente hasta les perdona cualquier cosa, levantando suntuosas ermitas y templos en su honor, muchas veces con la complacencia del clero local. ¡Pero el asunto no termina ahí! El comercio formal e informal que no pierde oportunidad, vendiéndoles todo lo que mágicamente sea posible para su ‘protección’ personal, familiar y hasta la de su grupo criminal. Extendiéndose por añadidura, el fervor por esos objetos protectores al resto de la población, que también está ávida de respuestas y soluciones inmediatas bajadas ‘del cielo’.

Hay que saber que, entre los narcotraficantes también existen jerarquías en su pasión religiosa y dependiendo del lugar geográfico o nivel que se ocupe en la estructura criminal, es el santo al que se encomiende. De ahí que no todos los Cárteles mexicanos sean devotos a la Santa Muerte o simplemente, existen otros, que no tienen absolutamente ningún afecto por alguna simbología religiosa.

En ese rubro de apocrifología santoral, hay adoradores a la figura de Jesús Malverde, principalmente entre los grupos del norte de México. Éste santo ficticio (1870-1909) era un asaltante sinaloense, que supuestamente lo que obtenía de sus botines lo repartía entre los más pobres. Su advocación empezó cuando Julio Escalante, un traficante de drogas de esa entidad, ordenó matar a su propio hijo por haber hecho negocios sin su consentimiento. El joven Raymundo Herido de bala y agonizando en el mar, suplicó en ‘oración’ a Malverde su ayuda y casi al instante fue salvado por un pescador.

Por lo que, a partir de entonces se empezó a difundir la creencia en ese bandolero entre el mundo del narco. Actualmente se sabe que existen más de 300 capillas en su honor, distribuidas en algunos caminos vecinales; en rancherías y caseríos serranos; en sembradíos de marihuana y opio. Se han impreso millones de retratos de él, en escapularios, cintos, esculturas, monturas de caballo y miles de objetos de ornato campirano, que son usados no solamente por los narcotraficantes del norte del país, sino por muchas personas ajenas a ese contexto delincuencial.

En otra región del país, el Cártel de “Los Caballeros Templarios”, fue fundado por el michoacano Nazario Moreno González, alias “El Chayo” o “San Nazario” (1970-2014). A éste criminal se le atribuye haber creado una narco-hermandad, en la que mezclan elementos religiosos y códigos secretos combinados con prácticas criminales a sangre fría. Su leyenda cuenta que oía voces del cielo que le indicaban lo que tenía que hacer. Por su alto narcicismo y egocentrismo, Nazario llegó a sentirse con poderes y facultades divinas. Por eso aún después de muerte, su admiración ‘santificada’, sigue siendo muy latente en los estados del centro del país, construyéndosele una capilla en el pueblo de Holanda, Apatzingán…

…Continuará la próxima semana.

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