¿Por qué nos resistimos a obedecer instrucciones en esta pandemia?
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada
A partir de esta semana nuestra entidad federativa entró en una fase muy crítica ante la pandemia del COVID-19, con más de 740 personas positivas a dicho virus. Simplemente en la capital chihuahuense, ya suman más 210 contagiadas por esta implacable enfermedad tan irrefutable. El estado cuenta con al menos 132 personas fallecidas, siendo ciudad Juárez el epicentro regional de esta caótica situación, la cual es considerada como la ciudad mexicana con la mayor tasa de letalidad.
Sin embargo y con todos los testimonios tangibles, aún hay quienes se aferran a la absurda idea de que “Dicho virus no existe”; que es “Una invención producto de la globalización capitalista, para controlar los mercados”. Ni más ni menos el día de hoy, una chica me comentó vía telefónica que “Ella no creía en el Coronavirus; que hasta que le diera a ella, entonces si creería en el problema” ¡Me quedé realmente sin palabras, ante tan insensata y anárquica respuesta, carente de toda lógica racional!
Desde que inició éste problema de insalubridad pública mundial -obviamente con gran impacto en nuestro país-, empezamos a analizar por todos los medios posible la postura de las y los mexicanos frente a éste fenómeno que está cambiando drásticamente al orbe. A estas fechas y a grosso modo, podemos inferir que al menos el 44% de las personas se resiste creer; a entender y principalmente a DIMENSIONAR puntualmente éste desordenado contexto, por las siguientes enunciativas razones:
- En primera instancia, por la incredulidad social y la transmisión vociferante de comentarios masivos en las redes sociales, negando la acción epidemiológica en nuestro país.
- Por la enfermiza ‘polarización politizada’ que prevalece en México sobre éste y otros temas conexos al Coronavirus. Abonándose al escenario, los datos oficiales por parte del gobierno en los tres niveles, que no quedan del todo claros, provocando por ende, enojo y sospecha ciudadana de una manifiesta manipulación oficial.
- Por la sobre confianza y falsa creencia en que “eso no nos va suceder a nosotros: menos a mi familia”. “Esto solamente les ocurre a las personas de la tercera edad; a las que presentan enfermedades crónico-degenerativas; a los indigentes o únicamente al personal médico o policial”.
- También se debe al efecto analógico psicosocial (método comparativo que hacen los grupos sociales), con otras pandemias como el H1N1 o el SIDA, que se presenta a los que “verdaderamente” están demasiado expuestos a ella y que aún con eso, “Miren, la inmensa mayoría de los habitantes estamos perfectamente bien”.
- Por la insidiosa falta de contundencia punitiva gubernamental contra las personas infractoras del orden social, al no sancionar las conductas rebeldes de las y los ciudadanos que alteran el buen gobierno y la salud de las demás personas, por no querer asumir el llamado “costo político”.
- Por el ablandamiento de la autoridad sanitaria (que depende de la gubernamental), brindando al pueblo ‘datos alegres’ o falsos de la pandemia, que parece no ceder en México, al menos por un buen tiempo.
- Por el mismo proceso o desarrollo histórico-cultural de las y los mexicanos, de lo que llamo la ‘gran festividad anárquico-social’ ante toda disposición imperativa que provenga de cualquier figura de autoridad. Repito, ¡cualquier imagen de autoridad y que dicho sea de paso, se halla tan desgastada en estos tiempos!
- Por el so pretexto de que “Somos pobres y tenemos que trabajar”, “El gobierno debería pues, de mantenernos para quedarnos en casa”, etc. ¡Por supuesto que esto es una gran realidad! Hay personas que viven al día y necesariamente tienen que laborar para subsistir u otras que están obligadas a los llamados trabajos esenciales como personal médico, policías, bomberos, rescatistas, etc. Pero finalmente, ¿Cómo nos explicamos ese necio reto social de hacer enormes filas en licorerías, empalmes de personas en puestos ambulantes de comida rápida; fiestas y gimnasios clandestinos; así como reuniones masivas festejando al santo parroquial u otros eventos análogos, sin respetar las mínimas medidas de salubridad tan necesarias, y al contrario -con su nefasta actitud- empeoran frontal y sarcásticamente las instrucciones dictadas por la autoridad? Como sorprendente dato accesorio, apareció una nota en un medio de comunicación impreso, que en el último fin de semana de abril habían detectado más de 7´000 fiestas o reuniones en esta ciudad ¡Muy lamentable noticia que nada tiene que ver, con la imperiosa necesidad de salir por víveres o trabajar para sobrevivir!
- Podemos deducir lo más objetivo posible, que las edades en donde más hemos observado esa reticencia a acatar las disposiciones de cuarentena, ante al monstruo del SARS-CoV-2, se presenta entre los 14 y 45 años; con un padrón cercano del 53% hombres y el 47% mujeres.
Finalmente reitero lo que publicamos éste mismo medio, que para empezar a desterrar paulatinamente este abominable virus, debe existir una muy seria obligación individual; la cual necesariamente se convierte en una responsabilidad familiar y finalmente en un deber social, protegernos y proteger a las y los demás, de los daños que origina este contagio masivo.
Esta no es una campaña insidiosa o mediática inventada por un gobierno para molestarnos ¡No! Simplemente, es una urgencia de carácter mundial, la cual consiste no sólo en atrincherarnos en aquella, sino atender -dentro y fuera del hogar- todas las medidas sanitarias que han dictado nuestras autoridades y dejar de politizar neciamente sobre este terrible mal que es real y que ha dejado por el mundo una estela de muerte y destrucción aún no cuantificada.
De verdad reflexionemos que ¡Una nación que se regocija en el lodazal de su ignorancia, estará condenada al infierno de su propia destrucción!