Sábado, 23 de noviembre del 2024

#Opinión El aditivo moho delincuencial

Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, Especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.

Los expertos en ciencias químicas como el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), definen al moho como “Un hongo que se encuentra tanto en el aire libre o en interiores. Nadie sabe cuántas especies existen, pero se calcula que puede haber desde decenas de miles hasta quizá trescientas mil o más… Los cuales pueden ser sumamente perjudiciales para la salud”.

Imaginando en éste momento, las manchas mohosas que hayamos visto adheridas casi permanentemente en la pared de algún baño o retrete y que nos han causado tanta repugnancia, pues ahora transportemos esa visualización al campo criminológico para dimensionar en esa misma tesitura analógica, la inmundicia de esa maloliente contracultura que ya está muy pegada a nuestra piel social, que es casi imposible desaparecerla por más que tallemos y tallemos, porque además seguimos utilizando los instrumentos y estrategias equivocadas.

Las microscópicas toxinas que expelen esa roña verdusca, que luego se transforma en negra, son tan perjudiciales para la salud que pueden convertirse en seriamente venenosas para los seres humanos. Pues lo mismo sucede con la criminalidad, que por el nefasto confort asocial de ‘dejar hacer: dejar pasar’, hemos permitido hacer de nuestra patria una especie de cloaca social, donde la mayoría de sus habitantes, forman parte directa o indirecta en actividades antisociales o ilícitas o de permitir las mismas, sin coadyuvar proactivamente en sus soluciones y culpando al gobierno o a los demás de todo lo malo que acontece. O simplemente, negando en una persignada soberbia, ser parte de ese sistema que, como dañino moho, ha ennegrecido los valores comunes y derechos humanos más preciados.

Durante algunos meses y con motivo de una exposición que posteriormente disertaremos de forma datificada, nos dimos a la tarea de visitar seis colonias consideradas de alto riesgo delincuencial de esta capital chihuahuense (las que por respeto, en este apartado omitimos sus referencias). De esta manera pudimos seguir corroborando, cuanto influye esa fatalidad social envolvente, como el conjunto de circunstancias o elementos externos -tangibles o intangibles- que rodean a una o más personas, constituyéndose en factores altamente detonantes para que se genere violencia o delincuencia. En ese tenor, la inmensa mayoría de las casas habitacionales mostraron serios daños estructurales, así como severos problemas con la basura o desperdicios tirados en su cochera o banqueta; muchísimas fachadas graffiteadas y otras, pintarrajeadas en su totalidad; alto número de personas visiblemente alcoholizadas o drogadas deambulando por la calle o en el exterior de sus moradas, principalmente jóvenes varones; una excesiva cifra de niñas y adolescentes que paseaban por las calles no vestidas acordes a su edad, ni en horarios propios para ellas; descomunal cantidad de palabras altisonantes proferidas afuera de sus domicilios o en avenidas y parques; viviendas abandonadas y sucias, donde entre sus escombros jugaban niños y niñas hasta en los techos de esos inmuebles, otras al lado de jóvenes drogándose; una verdadera algarabía con la venta de comida callejera y un sinfín de filas de hombres y mujeres esperando su turno para la compra de cerveza en los expendios; no podía faltar nadie con su celular tipo ‘touch’ en mano, pero paradójicamente viviendo casi todas y todos, una terrible pobreza extrema.

Como dato anecdótico -de otros tantos que presentaremos en su momento-, llama la atención cuando al acercarnos a una tiendita de abarrotes, nos percatamos de dos chicas de unos 19 años de edad que se encontraban en el lugar, una de ellas apasionadamente abrazaba a su multitatuado novio, presumiendo al mismo tiempo su ‘hombre’ a la otra joven: ¡Mira Nancy; este es mi morrito; el más machote de todos y entre más cabr.. sea el bato, pos´ más lo voy a amar al hijo de la ….!” (sic). Para rematar la escena, le propinó un colosal beso, marcando así su territorio y propiedad. ¡Valla casualidad de la vida para reforzar más, nuestro proyecto investigativo!

Como podemos extractar, además de los componentes endógenos o propios de cada quien, todos esos elementos externos (aunque no son los únicos ni exclusivos de dicha sectorización), se vuelven fuertes detonantes para el infranqueable arraigo de la violencia y la criminalidad en una localidad, la cual poco a poco se extiende al resto de la mancha urbana sin respetar idiosincrasias ni estratificaciones. Esa cosmogonía criminógena, incuba casi necesariamente una adicción o hábito de conductas peligrosas de las que no se quiere prescindir; de ese sentido de pertenencia muy sui generis ‘de ser y querer estar; de la absurda idea de no intentar despegarse de ese submundo, que ya es parte de su área de confort y formación socio-cultural desde la niñez o la adolescencia y que, parabólicamente hablando, se asemejan como las infecciosas lamas que vemos en cualquier espacio de nuestra casa, pero que no deseamos quitar, sencillamente porque pensamos que no es de nosotros esa responsabilidad: ¡Mejor que lo haga otro!. Por eso, no cabe duda que ¡Con su comportamiento, cada quien representa siempre al lugar de donde viene!
¡El moho como la delincuencia, si a tiempo no lo quitamos de la superficie, su presencia será irreversible y permanente! ¡Habría entonces que destruir luego, también la superficie!

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