#Opinión Filidelincuencia ¡la desgracia mexicana!
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar. Especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.
Desde hace aproximadamente quince años, México vive en una casi desapercibida y patológica realidad delincuencial, de una buena parte de sus hijas e hijos enrolados en las distintas redes criminales como las del narcotráfico, del secuestro, de los robos violentos, de la desaparición forzada, de la pornografía, de las violaciones y demás delitos de alto impacto, que drásticamente han cambiado la cultura de nuestra nación y en la que muchos gobiernos han disimulado como si no coexistiera.
La complicidad o la participación directa o indirecta de nuestros hijos e hijas como tales, en actos delictivos ordinarios, organizacionales o de alto impacto y que en conjunto se constituye en un fenómeno criminógeno de gran trascendencia social, es lo que tristemente hemos contextualizado como Filidelincuencia. Con la justa aclaración preliminar que esta, no es una reflexión que comprenda de manera estigmatizante a la generalidad de nuestra niñez y juventud mexicana, pero si, a un considerable número de ellos. Dicho sea de paso, diremos entonces que, etimológicamente hablando “Filius” es la raíz latina de la castellanizada palabra ‘hijo’. Por lo que uniendo ambas, se entiende como las y los hijos de la delincuencia ¡Veamos por qué!
La precariedad, el desempleo, la ignorancia, la desintegración o disfuncionalidad familiar, la fuerte aspiración personal, el reclutamiento forzado o el involucramiento voluntario de este grupo etario en las organizaciones criminales, son un podrido fenómeno sin pies ni cabeza. Según el informe 2020 de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), por lo menos hay entre 35’000 a 45’000 menores que han sido cooptados por grupos delictivos; tan sólo de enero a septiembre de ese año, más de 1´780 niñas, niños y adolescentes fueron víctimas de homicidios y más de 3’225 desaparecidos. Es decir, diariamente asesinan a siete y desaparecen a otros siete, en una total impunidad.
De igual forma, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) refirió que de enero de 2015 a julio de 2019 se registraron 3´297 feminicidios en México, de los cuales 317 han ocurrido entre la población de 0 a 17 años, lo que significa que uno de cada diez de estos delitos, las víctimas son niñas o adolescentes. Además, oficialmente en los últimos seis años han sido detenidos más de 40’000 niños, niñas y adolescentes, de los que alrededor 8´000 son mujeres (obviamente, faltaría la cifra real). La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), también publicó en su informe 2015 que en México más de 30´000 niñas, niños y adolescentes, estaban cooperando activamente con los grupos criminales (tan sólo a ese año). REDIM nuevamente mencionó, que tan sólo para el 2018, 470´000 menores ya habían pasado a engrosar las filas de la delincuencia organizada en esta nación, lo que hablamos de un sorprendente incremento del 153%.
De acuerdo a esta misma ONG, en el 2020 el estado mexicano abandonó a más de 40 millones de menores de edad, dejando de lado sus necesidades elementales, opiniones y hasta su salud, agudizándose así, las condiciones de violencia con la pandemia del COVID-19. Más aún y sin subjetivismos fatalistas, sino con una certera prognosis criminal, podemos inferir que, de seguir con esa tendencia fatídica, este 2021 cerraremos con un estimado de aproximadamente 785´000 menores al servicio directo o indirecto de las redes del crimen organizado, así como de la no menos delicada delincuencia común. Esta horripilante datificación embona perfectamente con testimonios de algunos Capos privados de la libertad en centros penitenciarios, cuando refieren que las y los menores que pertenecen a sus Cárteles, pueden llegar a sumar hasta un 40% ¡Estremecedora realidad!
Por lo que desde el punto cardenalicio donde se vea ¡Esta es una vergonzosa desgracia nacional que no puede esconderse, mucho menos esquivarse tratando de aparentar que no existe o que simplemente, es un asunto magnificado por los grupos opositores del gobierno en turno! Sin duda alguna y, a pesar del maquillaje legislativo y pro-humanista mexicano en favor de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, tajantemente podemos concluir que ¡Este no es un tema de prioridad -ni de primer ni segundo plano- en la agenda pública! Cuando ahí está la verdadera salida a corto y mediano plazo, en contra de la delincuencia que permea nuestro país y que ha dado al traste de manera integral con la economía, la paz y convivencia social.
Ni más ni menos, en enero de 2020 el país se estremeció con la terrible noticia de que una veintena de niños y niñas de las comunidades sierreñas de Alcozacán y Chilapa en el estado de Guerrero, se encontraban recibiendo capacitación en operaciones tácticas y uso de armas de fuego para las “urgentes” tareas de autodefensa de sus poblados: menores cuyas edades oscilaban entre los 6 a 15 años. Algunos habrían quedado huérfanos, ya que días antes sus padres fueron asesinados e incinerados en una emboscada por un grupo criminal. Preparándolos para la consecución del odio; la continuación de la venganza y criando de esta manera, a los futuros delincuentes que seguirán haciendo de esta, una tierra sin tregua ni ley.
Como fue aclarado en un principio, no se trata de criminalizar ni denigrar a todas las personas menores de edad, pero tampoco podemos ocultar que existe una macabra numeralia de esa extraviada infancia involucrada en delitos graves: hijos que matan a sus padres, hermanos, policías y hasta maestros que lleguen a estorbarles en su vida o sus pretensiones; chicos que lejos de tener sueños de amor, superación y éxito, forman parte de ese maldito ejército desechable del crimen organizado; inocencia errada que, por esa vaciedad incubada en casa, son capaces de terminar hasta con su propia vida y con todo lo que no esté acorde a su mapa mental o áreas de confort.
Mucho hemos disertado sobre los múltiples factores etiológicos que conducen a estos menores a ser cada día más cruentos en sus conductas antisociales y que desde luego no podemos generalizar jamás. Pero ahora el planteamiento a discernir es ¿Cómo vamos a frenar esta ola delictiva, cada vez más sanguinaria de nuestros hijos e hijas y que de alguna manera, cada uno de nosotros hemos delincuenciado la cultura, normalizando como bueno el irrespeto mutuo, la irresponsabilidad y la vagancia en cada hogar? Podemos entregar una interminable e irrealizable lista de soluciones ‘mágicas’ ¡Pero no! La verdadera respuesta está en cada padre y madre, que de verdad decida reconstruir su principal núcleo de amor que es su propia familia, no solapando ni propiciando en lo más mínimo conductas violentas, adicciones o hasta hechos delictivos en sus hijos e hijas ¡La disciplina completamente relajada en el hogar, siempre produce heridas incurables, daños irreversibles, familias sin Dios, hijos controladores, imparables monstruos delincuenciales y lo peor, sin miedo a nada! ¡Debemos amar en el respeto, para disciplinar a tiempo en el amor! ¿O no?
Obviamente existen otros factores detonantes de violencia o delincuencia como el desempleo; la falta de servicios sociales y de salud; las redes sociales; las drogas; los vacíos de poder y la corrupción, etc. Pero no podemos esperar a que estos elementos externos terminen, para luego iniciar nosotros con la responsabilidad trascendental de formación que tenemos todas y todos: ¡Tenemos que empezar ya con lo que tenemos!
¡Ya basta de engañarnos! ¡No le corresponde al gobierno la responsabilidad o la felicidad de cada hogar! Somos cada uno de nosotros los que tenemos que exterminar desde nuestro sitio, a esos tres monstruos sociales que nos tienen arrodillados: la delincuencia, la corrupción integral y la impunidad que empiezan en casa. Existen datos impactantes de que al menos el 50% de los hogares en Chihuahua sufren de niñas, niños y adolescentes tiranos; que el 95% de ellos, usan palabras soeces e improperios con alta descarga de violencia para dirigirse a los demás y que 4 de cada 10 hijos, controla económicamente a sus padres ¡Definitivamente algo estamos haciendo mal como padres de familia y como sociedad en conjunto! Es profundamente lamentable, que la sociedad vida en sus muy enraizados y egoístas códigos de violencia, resolviendo todo con ellos e inculcando a las nuevas generaciones, que la única forma de subsistir y ganar, es ¡Despreciando la vida y la dignidad humana!
¡Enseñar a los hijos, el falaz poder de la mentira y la feroz hambre de venganza, es condenarnos junto con ellos, arrojándonos una cortante soga el cuello para asfixiarnos en la sed del amor, que por justicia nunca llegará!