Zoofilia y tortura animal ¡Perversa adicción!
Por: Dr. José Carlos Hdez. Aguilar
Especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.
Sin duda alguna y en todo el sentido de la expresión, una de las peores cobardías cometidas por el ser humano, es la execrable violencia hacia los animales y no nos referimos, a aquella que se ejerce como ciclo indispensable para la subsistencia alimentaria, sino la cometida dolosa, innecesaria y sádicamente contra dichos seres vivos.
Cada vez se vuelve más común y exponencial, los hechos de desprecio físico, mutilación, incineración, violación sexual y hasta tortura hacia esos grupos indefensos, en esa imperiosa y retadora necesidad de ‘sentirse y creerse’ superiores, empoderados y fictamente valientes ante las demás personas o ante sí mismos. Produciéndose adictivamente en su psique, el deseo compulsivo de búsqueda insaciable de someter a toda costa, a seres más débiles -entre ellos a los animales- con el fin de encumbrar, su muy soterrada autoestima, la que ha sido lastimada por los avatares de su vida, que le han impedido el correcto desarrollo intelectual, cultural y, por ende, de plena felicidad.
De acuerdo a los muy escasos datos oficiales con los que se cuenta y los que, por nuestra parte, hemos tratado de armonizar con la cifra negra en México, el 65% de estos hechos de agresividad, son cometidos de manera grupal por menores de edad cuyas edades fluctúan entre los 6 a los 16 años, y donde el 93% de los agresores son hombres. El 35% de los sucesos restantes, son perpetrados por las demás edades, con la prevalencia constante de que la mayoría los ejecutan, también los hombres.
Pero, ¿Qué conduce a estas personas cometer estas bajezas tan abominables? El común denominador, es que la normalización del maltrato animal comienza dentro del hogar, en esa horrenda cultura y espiral de violencia simbolizada por los roles culturales aprendidos en ese pequeño entorno social. Aunque, por otra parte, tal vez las niñas, niños y adolescentes no han testimoniado una marcada violencia hacia los animales dentro de casa, pero, aun así, son capaces de trasladar encendidamente y de manera vicaria, su estrés o frustración emocional, hacia los animales que habitan en casa o bien, con los más cercanos a su entorno, para tratar de lograr esa calma que muy probablemente, nunca llegará.
La mayoría de los especialistas en la materia afirman que las personas maltratadoras de animales, son hasta siete veces más propensas a cometer, posteriormente, violencia intrafamiliar. La reconocida psicóloga Mireia Leal Molina, explica que: “Las razones por las que un niño llega a maltratar a un animal pueden ser varias: la falta de empatía, por haber sido víctima de abusos, maltratos o abandono; la falta de una educación adecuada, dirigida a reconocer el animal como un ser vivo,
aunque diferente; o, finalmente, la emulación de los gestos violentos cometidos por los padres hacia él o hacia el animal, incluso para castigar al propio niño”.
Desde luego, que este desequilibrio anómico, al que llamamos de Discriminación Especista, es corregible si atiende muy a tiempo. Esto es, en las primeras manifestaciones agresivas contra los animales. De lo contrario, irremediablemente se convertirá en un grave trastorno antisocial de la personalidad, con graves y funestas consecuencias socio-criminógenas, porque ¡Quienes torturan y matan animales con esa crueldad inaudita, muy seguramente, serán los futuros asesinos que destrozarán rutinaria e inmisericordemente a otro ser humano, por el simple hecho de serlo!
En ese mismo submundo delincuencial patológico, se encuentra la terrible violencia sexual hacia los animales, comúnmente llamada ‘Zoofilia’ o ‘Bestialidad’, la que se interpreta como una parafilia hacia dicho grupo de seres vivos, la cual es materializada como una especie de erotización de la violencia, donde se incluye la masturbación, penetración, caricias eróticas, contactos genitales, introducción de objetos, mutilación sexual, tortura física o psicológica erotizada, maltrato ejercido en la producción de material pornográfico o fetichista, incluyendo los repugnantes e inenarrables actos de ‘Esplacnofilia Animal’, que es la excitación sexual por las vísceras y otros órganos internos de estos seres, lo que consecuentemente los convierte en personas sumamente peligrosas dentro de la sociedad.
Recientemente en una colonia del norte de la ciudad de Chihuahua, ocurrió el caso de un sujeto que, al parecer, abusó sexualmente de más de sesenta perros que vivían con él, lo que hablamos de un altísimo nivel de perversión. Encontrándosele entre sus pertenencias, sendas cartas de amor y erotismo hacia dichos animales. Conductas zoofílicas, que, desde luego, se convirtieron en adictivas en su vida, como una patología crónica y recurrente dentro de su psique, encontrando alivio placebo en la materialización de las mismas, sobreviniendo después, una carga de abatimiento y soledad depresiva, buscando obviamente, más cargadas experiencias que procuren llenar su vaciedad de vida.
En ese tenor de normalización morbosa de la violencia, nos parece increíble comprender que estos hechos tan lamentables, a muchas personas no les enfurezca ni les lastime, sino que, por el contrario, los ignoran con una asombrosa indiferencia y lo que es peor, los disfrutan tanto, jactándose morbosamente de ellos, principalmente en las diversas redes sociales. Cuando la realidad debería ser, que ¡Todas y todos denunciásemos tan horrendos crímenes hacia estos seres indefensos, cometidos por la vorágine hambrientamente destructora del ser humano y la que, cada día es más latente y, a la que, a muchas autoridades gubernamentales y legislativas, poco o nada les interesa!
Como puntualmente escribe Ranihai, “La violencia sexual debería suscitarnos la mayor indignación, hacernos reafirmar lo que valoramos y defendemos como sociedad y llevarnos a exigir justicia, ante su inoperancia, o un cambio en las leyes para hacerlas efectivas en su función de evitar la repetición de los hechos y sancionar a los responsables con las mejores herramientas del derecho. Cuando la víctima es, como en este caso, un ser frágil e indefenso en extremo, cuyo cuerpo es incapaz de soportar la embestida, deberíamos, entonces, enardecer nuestro reclamo y no cesar en él hasta que se hiciera justicia”.
Sin duda alguna, el ser humano no sólo es el peor depredador de su entorno, sino de su alma; de su espíritu y, en suma ¡De su propia esencia de vida!