#Opinión La imparable fuerza de un misoteísmo sin control
Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar. Especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada.
Los actuales procesos culturales de violencia, delincuencia, injusticia, desigualdad, corrupción, impunidad, irrisoria pantomima política, desintegración social, despersonalización de las relaciones humanas por la excesiva comunicación dentro del mundo de la “web”, sociedades de consumo materialmente obsesivo, entre otros muchos sistemas de vida que lamentablemente ya forman parte de nuestra esencia rutinaria, han traído también aparejado otro gravoso problema, al que identificamos como un Misoteísmo sin medida.
Tal vez el nombre sea desconocido para la mayoría, pero estoy seguro que no su contenido. Pues este, es un acérrimo y recalcitrante odio hacia la figura de Dios en cualquiera de sus manifestaciones y que se extiende desde luego, a personas que se ostenten como sus representantes o pastores en la tierra, como conductores de conciencias dentro de los más supremos valores religiosos.
Esta corriente contextual no se limita a gente atea, sino hasta los mismos creyentes desconfigurando gravemente la imagen de sus propias deidades. Esta fuerte ideología opositora a un orden teológico, es un estado temporal o permanente de rebelión o anarquismo religioso, sustentada en el supuesto abandono de Dios en graves estados de necesidad protectora como en la gran cantidad de injusticias, muertes, sufrimientos y castigos severos en toda la historia de la humanidad y en la que pareciera que ‘él’ se esconde o simplemente no existe. Es un sentimiento consecuencial, que cada vez se está convirtiendo en un avasallante contagio masivo, censurando drásticamente todo lo que provenga de esa fuerza celestial, restándole voz y voto ante la caótica situación personal, social y mundial.
Es un efecto encendido, que muchas veces ha enarbolado a las más impetuosas manifestaciones de protesta en las principales calles de nuestro México, donde tal vez se defiende un ideal de excesiva libertad humana, pero con un gran encono, resentimiento e indignación moral contra cualquier modelo religioso, principalmente el derivado del cristianismo, insultando sus más sagradas representaciones visuales y litúrgicas de manera grotesca y pública.
Un Misoteísmo que de manera aislada y eventual no es notorio, pero que, dentro de esos conglomerados momentáneos, cada día se empodera más en las principales avenidas de nuestras zonas urbanas. No escapan a esa ideología antagónica, todas las redes sociales de las que son presa la mayoría de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes mexicanos, donde aparecen imágenes, literatura, u otro tipo de impresiones sensoriales, mofándose de la figura de Dios, de los santos o de sus íconos virginales.
Un odio blasfémico que, históricamente inicia con la aparición misma del cristianismo, pero que alcanza su cima en un anarquismo filosófico o agnosticismo radical; en un totalitarismo y progresismo absoluto, así como dentro de un feminismo ultra-recalcitrante de la última década. Abona a ello, que en la actualidad y como moda juvenil, entre más apostata o herética sea una persona, parece ser que es mejor aceptada dentro de los diferentes grupos en los que se convive, principalmente aquellos que dan amplio ‘poder’ o libertad desmedida al ego de quienes los componen.
Ahora bien, dentro de las más variadas formas convencionales para mantener el control y el orden social, se encuentra el respeto a la imagen de un ser supremo como parte de los valores morales que deben permear en todas las personas. Pero si ese respeto ontológico -sea del culto que fuere- se dispersa o se disuelve en la nada, esto en poco o en casi nada contribuye a la restauración de la tan anhelada paz social. Así tenemos que ese control, es la serie de convencionalismos, valores y acciones implementadas para reafirmar dicha concordia dentro de una sociedad, el cual puede asegurarse con diferentes tipos de medidas o enfoques como las persuasivas, normativas, psicológicas o axiológicas, etc., para así lograr la armoniosa convivencia de nuestra lastimada nación.
La mayoría de las religiones tienen sus propios códigos de conducta apuntalados, obviamente, para ser excelentes personas y que por sus más altos valores de obediencia y amor a un ser superior omnipresente que rige el todo, en mucho contribuyen con el buen orden y el adecuado comportamiento social. Pero cuando una sociedad en su manifiesta e insidiosa antagonía repudia dichas creencias o valores religiosos, el encausamiento a la armonía se torna muy difícil, confuso o completamente perdido. Recordemos que la magnificencia de la naturaleza, se debe encontrar armonizada con la inteligencia del ser humano y esta a su vez, no es otra cosa, más que ¡Reconocer la excelsitud de un infinito amor celestial, sea como este se conciba!
Sin sesgos religiosos por parte del que esto escribe, sino con la más completa objetividad criminológica y por su gran aporte (no el único) a la contención de los estragos que deja la delincuencia, la violencia y el imparable encono en nuestro país, consideramos muy oportuno empezar a retomar dentro de cada hogar mexicano, los más preciados valores de respeto, adhesión y amor hacia un ser supremo, no como preceptos de carácter obligatorio o de justiciera figura de castigo por las conductas pecaminosas ¡No! sino sencillamente como una inmejorable fuerza protectora de sanación y restauración de familias en un país que se encuentra sumido en la más profunda tristeza por sus heridas de muerte.
¡La grandeza infinita del cielo, nos hace trascender en perfecta armonía natural, con esa eterna y amorosa energía universal!