Sábado, 23 de noviembre del 2024

#Opinión Un presidente sin cubrebocas: Su impacto en seguridad pública

Por: Mtro. José Carlos Hdez. Aguilar, especialista en Investigación Criminal y Delincuencia Organizada

Desde el preciso momento en que una persona se constituye democrática y constitucionalmente en titular del Poder Ejecutivo Federal, se convierte en automático en el principal líder visible de una nación (aunque sabemos, que no en el máximo poder): es la cabeza que de facto, mueve el entramado de los sistemas políticos y sociales del país. Por lo que, en plena conciencia, sabe que desde ese instante se coloca en blanco directo de actitudes premiales o de críticas mediáticas, ya sean reales o insubstanciales.

El pasado domingo 24 de enero, el pueblo mexicano dio cuenta de la noticia de que nuestro presidente se había contagiado del COVID-19, y que, a sabiendas de su situación personal días antes, imprudentemente decidió continuar con sus actividades y giras por los Estados de Nuevo León y San Luis Potosí, junto a siete miembros de su gabinete y el acompañamiento de los gobernadores de esas entidades, sin descartar los equipos que los acompañaron, utilizando vuelos comerciales, exponiendo de esta manera al resto de los viajantes hasta que de plano y según su dicho, su situación física se vio mermada por este virus. Conducta temeraria, que de entrada se encuentra tipificada como delictiva en los códigos penales.

El presidente de nuestra república que, de acuerdo a lo expuesto en los medios noticiosos -incluyendo al propio aparato de comunicación oficial-, no guardó el reposo absoluto ni el tiempo de cuarentena exigido y mucho menos cuidó la “sana distancia” solicitada por las autoridades de salud y apareciendo felizmente ante los medios en cuatro distintos momentos. El asunto se agrava, cuando finalmente se presentó el lunes primero de febrero en las llamadas ‘Conferencias Mañaneras’, sin el esperado y exigido uso del cubrebocas. Ante las preguntas constantes de algunos reporteros que cubrían la fuente, en cuatro ocasiones y en tono sumamente molesto profirió que ¡No usaría el cubrebocas! Que al cabo “¡Ya no contagiaba!”
En nuestra muy respetuosa e imparcial posición en temas de seguridad pública, imaginamos en ese momento a todos los científicos y profesionales de la salud como epidemiólogos, patólogos, neumólogos, etc., dibujando en su rostro un boquiabierto mutis de asombro ante tan atroces respuestas que sin duda, ponen en peligro no sólo su vida sino las de todas las demás personas que conviven con él, principalmente sus colaboradores más cercanos y que invariablemente, tienen que asentir todo lo que él diga ¡Es verdaderamente desastroso que un líder de tan alto nivel, se comporte inmadura y grotescamente ante tan horrenda crisis de insalubridad nacional, que pone en gravísimo riesgo la salud de todas y todos los mexicanos!

Es una muy seria e imperdonable falta de respeto, a las y los que él llama “Héroes de la Salud” (¡Y que en verdad, si lo son!), pero sin la más mínima consideración a su arduo y delicado trabajo al frente de la batalla, situándonos en el siniestro pináculo del primer lugar en el mundo con mayor personal fallecido por esta enfermedad. Una actitud hostil, que pone en dramático ‘jaque mate’ a la economía que, de por sí, se encuentra en sus peores niveles históricos, por un morbo peyorativo que atenta contra cualquier acto preventivo en la contención de esta lúgubre epidemia y que posiciona a nuestro país en el penúltimo lugar mundial en su adecuado manejo, ubicándolo en el nada honroso tercer lugar como el país con mayor índice de mortalidad, con más de 171 mil muertes y casi dos millones de contagios al día de hoy (sólo superados por EUA y Brasil, en ese orden). Es imponderable referir, que estos son únicamente los datos oficiales, porque la cifra negra es mucho más alta de lo que en realidad nos imaginamos ¡Y de la vacuna, mejor ni hablamos! Somos el lugar 54º de un total de 58 países con tan sólo un 0.50% vacunado (sólo 725´447 personas inmunizadas, de un total de 126 millones de habitantes en México).

Desde junio de 2020, la comunidad científica internacional ha concluido que el uso constante y apropiado del tapabocas, reduce de manera significativa (hasta en un 70%) el avance epidémico y obviamente sus números de mortandad. Por lo que desde cualquier ángulo donde se vea, es completamente incomprensible -como líder moral de este país-, su necedad para abstenerse en el sencillo uso de dicho material, que en mucho abona para domar el avance del SARS-CoV-2, frente al insidioso argumento de que “no lo necesita porque ya no contagia”. Entonces ahora la reflexión es ¿Por qué no lo utilizó cuando todavía podía contagiar? O ¿Por qué él supone, que ya está a salvo de un recontagio? El vivo ejemplo en el rechazo al cubrebocas, no sólo es una caprichosa equivocación neurótica, sino que conduce a la propagación masiva del virus, por esa insolente falta de respeto a su pueblo. Se trata pues, de un mensaje tóxico porque refuerza la idea, que muchos tienen respecto a la falsa inmunidad o de la propia existencia del problema, como en el caso de las algunas comunidades más remotas o pobres del país.

Por lo visto, la justificación del presidente López Obrador, es que el uso obligado de la mascarilla se ha convertido en un verdadero instrumento político en su contra; en un sinónimo de control sobre su liderazgo para que no pueda verse su expresión facial de ‘verdad’ en sus palabras y de ‘amor’ por su nación; es una especie de amordazamiento simbólico a su proyecto de transformación de la cosa pública por parte de sus detractores, pregonando que su gobierno no es autoritario y por eso otorga la más amplia libertad en el uso del cubrebocas, aunque ese pernicioso libertinaje que se promueve desde Palacio Nacional, incluya el estúpido derecho de contagiar a los demás ¡Al final, eso no importa!

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